sábado, 11 de julio de 2009

Sugus

Eran el equivalente a la coca cola de las golosinas. Difícilmente encontrabas a alguno que te dijera que no le gustaban. Eran las pipas de los dulces. Cuando empezabas el primero tu cuerpo empezaba a segregar sin mesura endorfinas que impedían que pudieses parar. De hecho casi estoy seguro que uno de los ingredientes que le ponen al tabaco para generar adicción es extracto de sugus. Quizá el secreto es que eran más baratos que otras golosinas. No lo se, pero el caso es que siempre lucías con orgullo tu bolsita multicolor llena de esos pequeños vicios... ¿quieres?... y el siguiente gesto era inevitablemente el de rebuscar entre todos aquellos los pecados el de tu color preferido. Ríete tú de todos los test psicológicos. Podrían empezar a analizar tu personalidad sólo por todo el protocolo que se activaba para seleccionar, quitar el papel y engullir cada una de esas malditas tentaciones. Cada uno lo hace a su manera. Y aquí debo confesar un secreto. Quizá llegué a atrofiar mis papilas gustativas por todos los años que de joven me tiré desactivando a bocados minas antipersonales en Vietnam pero el hecho es que, por mucho que los pruebe e intente saborear, a mí todos los colores siempre me han sabido igual. Lo se. Esta discusión ya la he tenido muchas veces pero siempre se acababa cruzando en mi camino algún vacilón que se apostaba la chorrada de turno a que acertaba todos los sabores sin mirar. Y como las personas demasiadas veces nos dejamos llevar por la locura del pachúloyo la consecuencia directa era que me acababa encontrando delante de un niño con los ojos vendados que, como si de un sumiller se tratara, iba cantando los colores de los envoltorios que con ahínco yo escondía en mi mano tras retirarlos a escondidas de los dichosos caramelitos. Y entre cada uno sorbía un traguito de agua, para matar el sabor, explicaba, como si el agua tuviera ni por asomo ese tipo de propiedades. Te limpia la boca, me decía. Hombre... limpiarla la limpia...otra es que te quite el sabor. Pero siempre me reservaba la licencia de meter el último en el vasito de agua y rebozarlo en algo desagradable justo antes de que se lo llevara a la boca con la medio sonrisa victoriosa del que ha acertado todos los anteriores. Saborea, saborea tu victoria. Aunque yo que tú no me la tragaba. Y por cierto. Tampoco conseguí jamás que nadie cayera en ninguna trampa dejando un rastro de sugus debidamente separados como siempre pasaba en los dibujos. Pero aún así nunca he perdido la esperanza así que si un día ves un sugus tirado en el suelo y te agachas a cogerlo, recoge también los otros 49 y, ya puestos, métete debajo de la caja de cartón gigante y empuja un poco el palo para que se cierre. Que a no te cuesta nada y yo ya me saco esa espinita y vamos pasando página.