sábado, 13 de junio de 2009

Remedios de madres

Círculos concéntricos en el sentido contrario a las agujas del reloj. Quiticlín, quiticlín, quiticlín. Tu mirada clavada en el borde del vaso y la voz de tu madre en un tono imperativo que dejaba poco lugar a dudas. Deja de darle vueltas y bébetelo ya. Inequívoca sensación de que te la están colando. El colacao no hace tanta espuma. Ya te ha vuelto a meter un huevo crudo en la leche, campeón. ¿Por qué? Pues por esa curiosa teoría que madres y abuelas se sacaban de la manga que decía que este niño está anémico, raquítico o vete tú a saber y hay que chutarle vitaminas, hierro o proteinas directas a la vena, sin peajes y sin beso. Remedios, muchas veces caseros y generalmente placebos, arrastrados generación tras generación, sobre todo en zonas rurales. Que no dudo que aún hoy se sigan usando e incluso le den cancha y motivo al amigo Txumari para hacer en la tele un programa donde beberse sus propios meos y jugar con la alquimia de las verduras. Pero me permito dudar de la efectividad de guardar una raíz bajo la almohada para curar las almorranas. Si la raíz no te toca la parte baja de la espalda, ni la ingieres, ni entra en contacto directo con tu cuerpo bien sea líquida, sólida o gaseosa, amigo mio, me temo que este año tampoco vas a poder correr el Tour.
Y qué decir cuando te caías jugando o te dabas un porrazo, tú ... dolorido, sollado y llorando a moco tendido y ese adulto que se acercaba con el sana, sana, culito de rana, sinosanahoysanaramañana. ¿Ya está? ¿Esta tontá es lo mejor que sabes hacer? Si he dejado de llorar es por vergüenza ajena, majo! Que entiendo que no tengas el título de ATS pero hombre, siendo un niño, tampoco es demasiado complicado impresionarme y te has quedado bastante lejos de superar ese listón. Pues vaya fiasco. Ya voy yo a ponerme una tirita y a desinfectarme el orgullo. No pasa nada. Y así, esquivando trampas y con cierta resignación pasaron los días. Intentando aparentar estar sano dentro de los peculiares criterios de los mayores que me rodeaban. Aún hoy, cuando veo a un niño entonando con dignidad y estoicidad un "sabe raro" no puedo evitar que se me escape una sonrisa. Si tú supieras.

No hay comentarios:

Publicar un comentario