sábado, 13 de junio de 2009

Tecnología generacional

Hubo un tiempo, y de eso no hace tantos años, en el que ver a una persona gestos al viento, oreja en mano y movimientos rotatorios y orbitacionales en un palmo de suelo nos resultaba chocante a todos (más allá, claro, de esa chulería hecha danza denominada chotis que consiste algo parecido a eso). Eran aquellas primeras veces en las que veíamos a un sujeto o sujeta hablando por un ladrillo negro que por aquel entonces insistían en llamar teléfono móvil (hijo bastardo y no reconocido del inhalámbrico). Y muchos no entendíamos la necesidad de semejante aparato que, hombre, cómodo no era y barato mucho menos. ¿Pa qué lo quieres?.. pensábamos... qué tendrá que decirle al sujeto o sujeta del otro lado que no pueda esperar a que llegue a casa. Debe ser lo suficientemente importante como para que te compense arrastrar ese cacharraco que ni de coña te podías meter en el bosillo, con una batería que te duraba la friolera de dos horazas, la lanza de Don Quijote por antena y cantando la traviata, turandot, el barbero Sevilla y el de Albacete por espacio públicos (con ele) y privados (con ele! también). Cariño, que llego tarde... pues sí... era importante... si no la llamas en ese momento no se habría dado cuenta nunca en la vida de ese desfase temporal y espacial que sufre tu persona y que hace que ahora no estés donde dijiste que ibas a estar. En fin. Poníamos en seria duda que la cantidad de células y materia gris de aquellas personas o personos llegara a los mínimos requiridos por las autoridades sanitarias para existir.
Y mira tú por donde, nostradamus de pacotilla, el dichoso aparatejo se ha convertido, unos años después, en una extensión imprescindible de nuestras vidas hasta el punto de sufrir ataques de ansiedad y angustia si nos lo dejamos en casa o nos quedamos sin batería. Y vemos los nuevos modelos con estupefacción a la voz de ui qué de cosas tiene, ui qué de cosas hace, ui que de cosas tú, qué de cosas. A lo que está llegando la tecnología, fíjate.
Pero eso que nosotros concibimos como un milagro de la modernidad para la nueva generación es su hábitat. Es donde han crecido. No conciben estos aparatitos como un teléfono de los de toda la vida con chorradicas, al contrario que nosotros, sino como una forma natural de estar en continuo contacto con sus amigos en su lenguaje, instantáneo y necesario. Envian SMS, chatean, comparten fotos, escuchan música, juegan ... todo con el mismo endiablado aparatito perfectamente tuneado y que ya manejarían son soltura en el mismísimo vientre materno si ahí les llegara la cobertura. Y de la misma manera conciben Internet, la televisión, los videojuegos y el resto de compañeros de viaje que acompañan su tiempo de ocio. Y los miramos desde la distancia criticando la nueva generación con los mismos lemas y las mismas palabras con las que nuestros padres lo hicieron con nosotros y nuestros abuelos con nuestros padres. Lo que, innegablemente, no deja de tener cierta gracia.

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