sábado, 6 de junio de 2009

Con la familia

Vamos, arribaaaa, que ya es hora!! Fogonazo de una luz que se encendía medio metro por encima de tu persona y tú, que te dabas media vuelta para repetir mecánicamente ese cincominutosmaaas que por inercia acudía a tu boca como acto reflejo e institivo de una situación repetida a diario. Pero luego un clic del mecanismo te hacía reconocer que algún engranaje casaba en su sitio en algún lugar de tu cabeza y tomabas conciencia, aún medio dormido, de la diferencia que esta vez suponía la misma sentencia. Porque de pronto sabías que era un sábado y eso le daba otro sentido a la frase. El madrugón esta vez no era para ir al colegio. Te ibas a la playa y eso suponía todo un ritual. Te esperaba el gran azul. Así que aún sin estar del todo despierto saltabas raudo y veloz de la cama... cloc... mejor por el otro lado, campeón, que hay menos pared... ¿ves que bien? tranqui, que no te ha visto nadie... y te lanzabas en la búsqueda del bañador y de un desayuno que esperaba pacientemente a ser engullido en un tiempo récord. Y allí estaba, al lado de la puerta esa nevera de playa azul, espectante. Dentro, como por arte de magia había espacio para sandwiches, fiambreras (de las que ahora todos llamamos tuppers, tapers, tápergüers), latas de refrescos (y cervezas pa los papis), medio melón, media sandía, la clásica tortilla de patatas, fruta variada, agua, y un millón de cosas más sumergidas entre varios centenares de cubitos de hielo de los de antes. De los que no se deshacían ni metidos en una tostadora en la savana africana. Y te metías en el coche ilusionado por tener que comerte 2 horas largas de caravana bajo la tostonera de un impasible lorenzo con 6 personas más apretujadas en el mismo cubículo. Porque el momento del disfrute te llegaba cuando en la línea del horizonte se dibujaba esa franja azul, aparcabas el coche y del maletero empezaban a salir taburetes, tumbonas, toallas, la sombrilla, pelotas de playa de Nivea (míticas), las palas de madera con la pelotita (versión en bruto de las actuales), revistas, alguna novela de bolsillo, el frísbi que siempre sacabas y nunca usabas (promoción de alguna marca), un güalman destinado a morir víctima de la arena, un mini tablero plegado para jugar a las damas o al ajedrez con piezas imantadas, el cubito con el rastrillo para hacer castillos, litros de crema solar, bañadores de recambio por si a alguno le escocía la arena, esterillas y la barca y colchones hinchables. Amén de la sempiterna neverita alrededor de la cual tu vida orbitaba ese día. Fuente inagotable. La nevera y tú. Y así, coriendo, saltando, revolcado por las olas, de la sombrilla al agua y del agua a la sombrilla se pasaba el tiempo libre en familia en unos años en los que aún no habíamos oido hablar de la capa de ozono, del cambio climático, ni nos preocupaban las medusas, las hipotecas ni el dichoso cuento del bísnes. Que a ver cual de las tres nos produce más urticaria. Y todos volvíamos a casa felices y rojos como gambas. Con el ánimo y los hielos de la nevera intactos.

1 comentario:

  1. Anda... pero si me has descrito uno de mis días de playa... ufff cuántos recuerdos!!

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