domingo, 14 de junio de 2009

Viejas fotos

Ahí estaban. Ocultas en lo más profundo de un cajón bajo toneladas de antigüas notas de la EGB, álbumes de manualidades, dibujos y otros papeles de la infancia. Nos situamos. Existía en la época (no se si hoy todavía existe aunque supongo que sí) en el colegio la costumbre de hacer la foto conjunta de la clase con todos los niños y profesores. Para que niños y padres guardaran un recuerdo al mismo tiempo que la escuela hacía un dinerito. Y además de la de grupo te hacían unas fotos individuales en varios tamaños por si los egocéntricos padres consideraban que el guapo es el mio y el resto no los quiero pa ná. Hasta aquí todo correcto. Daba la casualidad que en mi caso, como en de unos pocos niños más, nos encontrábamos que teníamos en cursos superiores o inferiores a hermanos o hermanas que estudiaban en el mismo colegio. Con lo que para asegurar el tiro nos hacían las fotos individuales a los dos hermanos juntos al mismo tiempo. Todo lógico de momento. El problema empezaba cuando, el día que te tocaba hacerte la foto, tu madre decidía hacer la gracia de vestirnos de la misma manera (porque obviamente aprovechaba todos los 2x1 de los mercadillos) e ibas ese día a la escuela en plan zipizape. Sencillamente humillante. Y como no, teníamos que salir guapos. Uuuu ... agárrate los machos que vienen curvas. La traducción de guapos implicaba que mi hermana se pasara 15 minutos chillando mientras mi madre le hacía dos coletas. Cogía el peine y empezaba sin piedad a estirar el pelo hubieran nudos o no para acabar con una coleta 5 cm por encima de la oreja derecha y la otra 15 por encima de la izquierda. Y bien tirante. De repente se le veía el doble de blanco en sus ojos y una lagrimilla resbalando por la mejilla. ¿Ya estás? ¿Aprietan? Fffiiii...dde dooóca. Y yo entraba en el lavabo con mi indomable pelo rizado rollo querubín y salía con algo parecido a una fregona en la cabeza, con multitud de ondas, raya al lado y lamido de vaca para que se aguante a base de litros de colonia nenuco. No bastaba con cebarse con la imagen. También tenía que ir como una mofeta.
Luego entrabas en la sala con el fotógrafo, te colocaban con el fondo blanco detrás y cuando el hombre se ponía tras el aparato las caras de ambos eran un poema. Los morros hasta el suelo y unas pintas que hablaban por si solas. Y el fotógrafo, viendo la escena con los ojos llenitos de lástima susurraba por lo bajini un intento de "sonreid". ¿Tú me estás viendo, tio? Que sonría tu vieja, majo. Dispara y acabemos con esto.
Esas fotos son sencillamente horriiiiibles. Dos criajos super serios con cara de ángeles del infierno y expresión de tengo un mal día y más te vale que no hagas comentarios porque sé matar con el pulgar. Vestidos idénticos como las dos caras de una misma moneda, la cruz y la cruz. Ahora las miro y me entra la risa. En ese instante congelado por la lente era obvio que no.

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