sábado, 23 de mayo de 2009

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Treinta y tres. De hacer y soñar. De reir y llorar. De alegrías y decepciones. De descubrir y ocultar. De acertar y fallar. De compañía y soledad. De desencanto e ilusión. De sembrar y recoger. De dar y recibir. De ganar y perder. De pelear.
Treinta y tres. Tiempo que parece detenerse unas veces y que otras se escapa vertiginosamente por las grietas de tus dedos cuando tu puño intenta capturar y retener un instante, una milésima de una vida, que tu retina graba a fuego y cenizas en tu memoria y que pasa a formar parte de tu esencia. Instantes que reconoces irrepetibles. Porque cuando faltan sustancias sobran los detalles. Porque no hay que dar crédito ni cancha a las cosas hechas para la galería. Porque cuando pintan bastos y toca mojar filos tienes que defender tu pellejo con agallas y oficio. Y venderlo caro. Así se han dado siempre las cuchilladas. En corto y a lo que salga. Asumiendo que a veces toca tragar y otras estocar. Mientras que hay que derrochar humor y risas a mano abierta y sin pudor cuando todo tiene el color del culo de espinete y todo casa en su sitio con precisión suiza. O lo más difícil. Aplicar el mismo cuento cuando los huracanes oscurecen y fruncen tu ceño. Cuando tus tripas exigen acariciar con guantelete mejillas y bocas que aceleran tu pulso.
Treinta y tres. Sin ninguna pretensión de perfección. Donde el reto se limita a volar sin despegar los pies del suelo. A pintar sonrisas en ojos con lágrimas. A agarrar manos que boquean desesperadas hacia el vacio. A compartir sudores cuando los codos se unen en un mismo esfuerzo. A dejar estelas donde otros buscan huellas. Sin perseguir imposibles. Tan sólo peleando quimeras. Gratis. Lo que llegue será bien recibido. Y lo que no ya lo iremos a buscar. Todo a su momento.

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