domingo, 17 de mayo de 2009

Excursiones

Rondaban en los telediarios de aquellos días noticias sobre la primera Guerra del Golfo del sr. Bush padre. Aclaro. Golfo: lugar del conflicto situado en la antigua Babilonia. Bush: una de las partes implicadas e interesadas, más que nada, en no perder su parte de pastel en el negocio del oro negro. Las comas en la primera frase las he obviado adrede. Eran días de manifestaciones, protestas y huelgas en contra de la dichosa guerrilla. Una guerra televisiva de luces nocturnas (ui que bonicas! .. no son luciernagas, tio, son misiles) y gaviotas rebozadas en crudo. Y cada vez que se lanzaba una manifestación, colateralmente nosotros no teníamos colegio. Una de estas mañanas de lidia, sin clases y aburridos, se nos ocurre que podemos ir a casa, proveernos de avituallamientos (vamos... bocata, agua y arreando que es geranio) y hacernos una escapada al campo a estirar un poco las piernas. Y en esas estábamos y eso hacemos. Que no hay nada como no tener un duro en el bolsillo para estimular tu ramalazo ecológico. Total, que nos vamos tres pimpollos, dos amigos y el menda que subscribe, a dar un paseico al campo aprovechando el día de solete. ¿Dónde vamos?. Seguidme que yo conozco un sitio. Primer error. Después de una hora y cuarto subiendo y bajando unas cuestas que hacían del Tourmalet una colina para domingueros, en busca de un camino que llevaba a no se qué lugar, estabamos los tres completamente reventados. No puedo dar un paso más, tios. Y eso comentábamos, cómo no, a mitad de otra subida cuando mi cabeza gira 90 grados a mi izquierda, donde estaban situados mis mal nombrados amigos, con la lengua preparada para lanzar una réplica mordaz. Y cual es mi sorpresa al ver que donde yo esperaba encontrar a dos personas sólo hay un vacío. Así que los 90 grados se convierten en 180 en la misma dirección para acabar descubriendo a dos cohetes, segundos antes personas, corriendo cuesta abajo como si en ello les fuera la vida. Evidentemente no entiendo nada hasta que instintivamente mi cabeza vuelve a la posición original y veo, en una distancia que se acortaba a pasos agigantados, a un señor dóberman que entonces me pareció del tamaño de un caballo, corriendo hacia mi con los ojos en blanco, espumarajos en la boca, lengua al viento, dientes marfil y con actitud de dame un beso, tonta, que eso no duele. Mi reacción, completamente instintiva, no tardó ni medio segundo en hacer acto de presencia y juro que bajé aquella cuesta sin que mis pies tocaran el suelo (literal), blasfemando en arameo y maldiciendo interior y exteriormente a mis dos "amigos" que tan amables fueron al ponerme sobre aviso. Obviamente no me giré en ningún momento a comprobar si el perro me seguía o no.. supongo que se debió cansar o, perplejo, debió parar al ver tal velocidad de aceleración, más propia de un fórmula uno que de una persona. Cuando aún con el corazón en la boca me volví a encontrar con mis amigos nos miramos fijamente. Los tres intentando hacer llegar aire a nuestros pulmones. Que no te digo ná... y te lo digo tó. ¿Media vuelta? Venga. Y la próxima chavalotes... nos vamos al cine.

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