sábado, 2 de mayo de 2009

Ingenio infantil

La imaginación. Eso era lo que nos movía cuando mi culo apenas se despegaba unos palmos del suelo. No teníamos psp's (al menos yo nunca tuve, ni tengo, consolas), ni ipod's (como mucho un güalman del tamaño de un ladrillo al que cada dos por tres había que cambiarle las pilas), ni móviles con juegos java que te descargabas enviando "chorradas" al 5555, ni dvd's portátiles, ni toda la tecnología que ahora anda siempre en las manos de cualquier infante inverbe y que manejan como si fuesen extensiones de su propio cuerpo imprescindibles y vitales en su existencia. No. No teníamos nada de eso y aún así disfrutábamos como una piara en un barrizal (a veces literalmente). Nos apañábamos para jugar con lo que teníamos alrededor y mucho ingenio. Esa era la base del juego.
Quién no ha jugado alguna vez, años atrás, a ping pong con una madera (en mi caso una puerta, pomo incluido, que te hacía repetir puntos cada vez que se tocaba la maneta) encima de dos cubos y con cintas de vídeo VHS, puestas en horizontal, a modo de red. Y dos paletas de madera... bueno, eso cuando había dos, que yo he llegado a jugar agarrando una tabla de cortar quesos que tenía forma de pala. ¿Cutre? Puede, pero eran los partidos más competidos y divertidos que he jugado nunca! ¿Y a frontón contra cualquier pared? Con raqueta cuando había o con la mano en su ausencia. Y esos geniales partidos de baloncesto con una bola de papel de plata que hacíamos entre todos con los envoltorios de nuestros bocatas y con la que hacíamos el gesto de botar con la mano (porque si no te pitaban pasos!!) ¿Y la canasta? En el mejor de los casos un hierro doblado, un cubo colgado o, lo más habitual, una señal de vado al lado de la puerta de un garaje a la que había que tocar con la pelota de plata para considerarlo 2 puntos. Amén de la clásica portería de fútbol con dos mochilas del cole, debidamente distanciadas con sus pasos contados, que el tener pocos recursos no era sinónimo que saltarse las "reglas". La puerta del garaje también era una opción pero sabíamos que tarde o temprano salía el dueño cansado de los pelotazos contra la chapa. Sin más.

Eran otros tiempos, quizás con menos recursos (o no) al alcance de nuestra mano y en el que no tener una peseta en el bolsillo no suponía un impedimento para hacer infinidad de cosas. Y no es que el que no tuviera (o no tenga ahora) tecnología fuese (o sea) más tonto o menos avispado. Es que todos nos acostumbramos a que nos den las cosas masticadas y nos cuesta hacer el esfuerzo de acordarnos que no siempre fue así.

No hay comentarios:

Publicar un comentario